OCHO APELLIDOS VASCOS (2014) - Emilio Martínez-Lázaro

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Acariciando la llaga


La nueva película de Emilio Martínez-Lázaro se ha convertido en un auténtico fenómeno sociológico, habiendo superado ya la cifra de 30 millones de euros, lo que la coloca como la película española más taquillera, sin que nadie pueda explicar exactamente a qué se debe. Desde luego, no será por sus virtudes cinematográficas.
El potencial de esta historia reside en el morbo que suscita el tratar uno de los mayores tabúes de la sociedad española. Buena parte de su éxito probablemente se deba a que, precisamente, recoge toda una ristra de tópicos y prejuicios, de lo más manidos. Por un lado, se le agradece los lazos de reconciliación que tiende (que el público se ha encargado de secundar), al pasarlos por el filtro cómico y rebajar la tensión, pero, precisamente, ésa acaba siendo su condena, al desaprovechar esta potente arma de crítica social y quedarse en lo más trivial del conflicto, no profundizando lo más mínimo en las causas y las consecuencias, y confundiendo comedia con superficialidad.

Y es que, ya a un nivel más puramente técnico, el guión hace aguas por todas partes, partiendo de unos personajes tan estereotipados como carentes de matices, meras caricaturas planas sin el menor contenido. La historia comienza bien, pero acaba por estancarse en un segundo acto difícilmente explicable y cuyas situaciones rozan lo ridículo en muchos momentos, culminando en la escena de la manifestación, que saca a relucir todas sus carencias: un planteamiento que, de por sí, roza la vergüenza ajena, apoyado por una realización paupérrima y una puesta en escena lamentable, y rematada por los extras con más cara de extra que pudieron encontrar. Para redondear el despropósito, un precipitado desenlace no permite desarrollar adecuadamente el clímax y el tercer acto.

Entre tanto desatino, destaca el potencial cómico de Dani Rovira, el único capaz de darle un mínimo de base a su personaje, pero que se queda muy solo en una supuesta comedia loca a la que le falta mucha locura, mucha mala leche y el atreverse a poner el dedo en la llaga.



Nota: 3.
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