RESERVOIR DOGS (1992) - Quentin Tarantino

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Trash Art



A lo largo de toda su filmografía, Quentin Tarantino ha venido demostrando su inmenso dominio de los esquemas cinematográficos, lo que le permite tomar una premisa clásica y transformarla a su antojo, ofreciendo un producto fresco, novedoso y rompedor, que no se olvida de dónde procede y al que referencia constantemente, en una suerte de reciclaje metacinematográfico, que, partiendo de ésta, su ópera primera, se convertirá en su sello de identidad.
Desde el principio, se muestra sin tapujos ni complejos que se trata de una película de personajes, cuyas tirantes relaciones se establecen a golpe de afilados y carismáticos diálogos, bien cargados de cinismo, humor y metacine, en los que la vulgar cultura pop es elevada a la categoría de arte, y con los que consigue ganarse la empatía del espectador antes de que se descubra que estos elegantes caballeros trajeados no son otra cosa que gángsters, cuyas banales conversaciones y exquisita apariencia suponen la primera de muchas transformaciones del género.

Quizás no la más llamativa, pero probablemente la más importante de éstas, es la absoluta elipsis que se aplica sobre el que sería uno de los momentos más destacados de cualquier película de este género: el atraco en sí. Es en este momento en el que Tarantino demuestra apostar hasta las últimas consecuencias por su planteamiento formal, al que da alas un montaje fragmentado, que, a modo de rompecabezas nada efectista, desarrolla una historia que combina fragmentos en el presente con capítulos (recurso habitual de este director) del pasado de tres de sus personajes.


Apoyado los roles de éstos, el director de Tennessee aprovecha para dar rienda suelta a uno de sus máximos referentes: la violencia, a través de la que, gracias a una estilizadísima puesta en escena, de explícito aire de serie B (otro referente más, del que su ínfimo presupuesto tampoco le hubiera permitido separarse), despliega escenas tan atroces como divertidas, demostrando un envidiable dominio del tono, valiéndose, para ello, de armas tan potentes como una espectacular y absolutamente desconocida selección musical diegética, y un extraordinario uso del fuera de campo, cuya cumbre se alcanza en la ya mítica escena de la tortura.

Al final, la película acaba retomando el cauce que marca el esquema, adquiriéndolo como otra referencia más. Sin embargo, tras su paso queda todo un cúmulo de transformaciones, recombinaciones y mutaciones que lo han convertido, desde su debut, en un referente del cine actual. Y, al final, a Tarantino los diamantes le importan tanto como a nosotros. 

Nota: 9.
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