Vacía & decepcionante
La expectación
ante el nuevo trabajo de François Ozon viene totalmente determinada por la
revolución cinematográfica que supuso su anterior película (En la casa, 2012, ganadora de la Concha
de Oro a la mejor película en el festival de San Sebastián), que terminaba de
confirmar el potencial de uno de los directores europeos más originales de los
últimos tiempos. El francés, sin embargo, en una total emulación de la irregular
metodología de trabajo de Woody Allen, presenta, menos de un año después, una
obra totalmente insulsa y tópica, que saca a relucir los mayores defectos de
este también irregular cineasta.
El inicio es
totalmente hitchcockiano, con una morbosa y perversa escena de voyeurismo
incestuoso, pero que, lamentablemente, supondrá una de las muchas líneas
narrativas que quedarán descolgadas, pues esta historia sobre el descubrimiento
de la sexualidad por parte de una joven, y del poder que su juventud y belleza
le otorgan, convierte toda una serie de planteamientos morales y de gran calado
social en meros clichés, que, tratados superficialmente, pierden todo interés:
hija mimada, a la que no le falta de nada y que, por ello, busca algo que la
evada y le haga sentir algo, causando serios problemas en una familia burguesa con
indicios de desestructuración (otra línea narrativa descolgada). Que no falte el
psicólogo.
La elección de Marine
Vacth como protagonista no mejora el panorama, demostrando ser una modelo que
juega a ser actriz, ofreciendo una actuación vacía, consistente en miradas
perdidas y sonrisas pícaras, a la que se suma la confirmación de las
preocupantes carencias de puesta en escena de Ozon, entregando un resultado
final endeble y narrativamente opaco, que promete mucho, pero en el que, de
manera bochornosa, las letras de las canciones de cada estación acaban convirtiéndose en guías imprescindibles para tratar de entender lo que se pretende relatar en
cada momento.
Nota: 4.
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