Adiós al lenguaje (cinematográfico)
El cine de Christopher Nolan lleva años
estancado en una encrucijada conceptual. Acomodado en su posición de nuevo Rey
Midas cinematográfico, se niega a renunciar a la etiqueta de “autor” que
cosechó en sus inicios (Following (1998), Memento(2000)). Esta avaricia estilística nace del
complejo de superficialidad que le provoca su incapacidad para trascender
en un cine de mayorías (en contraste con su compañero de generación, David
Fincher). En su última propuesta, Interstellar (2014),
su habitual indefinición discursiva se ve agravada por la ambición de semejante
proyecto, que potencia todas sus carencias y acentúa sus tics más molestos.
La fuerza del cine de Nolan reside en el guion.
Los puzles mentales que monta son suculentos retos para la inteligencia del
espectador, que cae rendido ante semejante poder de seducción. Sin embargo,
aunque tremendamente exitoso, este planteamiento limita el interés de sus obras
al momento presente, en el que el desentramado tiene lugar. Una vez finalizada
la proyección, el poso que dejan sus guiones, meramente textuales, es escaso.
No obstante, el arduo esfuerzo de intentar -y, muchas veces, no conseguir-
entender esta complicación le insufla a sus obras unos aires de falsa
complejidad, con la que mantener su anhelado estatus de autor intelectual.
Para bien o para mal, en películas como Origen (2010) es imprescindible entender los
planteamientos para comprender su resolución final. En Interstellar, en
cambio, ni siquiera existe esa justificación. Si bien ha contado con los
servicios del astrofísico Kip Thorne para elaborar planteamientos científicos
rigurosos, finalmente éstos funcionan como meras trampas para el espectador,
demasiado entretenido tratando de descifrarlos como para abstraerse y
reflexionar sobre las inconsistencias narrativas. Y es que, después de casi
tres horas de verborrea intergaláctica, todo se resume en una esquemática y
edulcorada historia de amor (la peor versión de Spielberg); un atraco emocional
en el que la ciencia se torna irrelevante.
A pesar de tomar 2001: una odisea en el espacio (1968, Stanley
Kubrick) como principal referente, Christopher Nolan demuestra no saber, o no
querer, entender el enfoque de ésta. La obra cumbre de Kubrick se apoya un
elaborado lenguaje cinematográfico, puramente visual, con el que desarrollar su
sencilla trama. Sin embargo, su enorme profundidad subtextual consigue elevar
al espectador a una densa reflexión. La película de Nolan, en cambio, descarta
toda narración visual y lo apuesta todo a su aparatoso guion, más pendiente de
parecer complejo que de serlo. Como resultado final, la potencia simbólica de
las sencillas imágenes de Kubrick las convierte en iconos del Séptimo Arte;
mientras, el hipermoderno pero vacío CGI de Nolan muere con los títulos de
crédito.
Si te has quedado con ganas de más análisis, puedes escuchar la extensa disección que le dedico en este podcast.
Si te has quedado con ganas de más análisis, puedes escuchar la extensa disección que le dedico en este podcast.
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