PESADILLA ANTES DE NAVIDAD (1993) - Henry Selick

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Calabazas a la revolución



Hablar de Pesadilla antes de Navidad (1993) implica abordar un referente cultural que ha traspasado las barreras cinematográficas y se ha instaurado en el imaginario popular. Erróneamente atribuida a Tim Burton, de la que no firma una palabra ni filma un plano, sin embargo sí nace del poema-gérmen que en su día escribió. Demasiado atareado entre la postproducción de Batman vuelve (1992) y la preproducción de Ed Wood (1994), éste prefirió delegar el proyecto en Henry Selick. No obstante, su labor de productor al estilo clásico se hace patente en la desbordante estética de este mito de la animación, que remite a la esencia de su mejor cine.


Rodada mediante la técnica stop motion (fotograma a fotograma, con objetos reales inanimados), este musical presenta infinidad de freaks pertenecientes al cine de terror clásico de serie B -del hombre lobo al doctor Frankenstein-, oscuro objeto de deseo de Tim Burton. La ambientación de este horror inofensivo, notablemente influenciada por el expresionismo alemán, aboga por una paleta restringida al blanco, negro y naranja, de la que nace su tétrico humor. Sin embargo, esta exquisita propuesta formal eclipsa a una esquemática historia a la que, más allá de su original encanto, le aprieta demasiado el corsé temporal (apenas 70 minutos de metraje) y musical (hasta 11 canciones). La peor parte se la llevan sus carismáticos pero planos personajes, en los que destaca la carencia de motivación de un antagonista olvidado hasta más allá de mitad de película.

Pero, si bien la superficie estética enamora, es su fondo subtextual el que aterroriza. Sutilmente escondida detrás de la pirotecnia gótica reside una reaccionaria visión capitalista sobre el comunismo. En ella, Jack Skellington, reencarnación de Lenin, aplica el socialismo científico para hacer accesible la Navidad a todos sus camaradas, que tratarán de organizarla. Mediante características cadenas de montaje soviéticas, los sublevados pretenden regalar sus creaciones, productos podridos y peligrosos que ponen en riesgo un orden establecido que jamás deberá ser alterado. Finalmente, copos de nieve como generosas migajas de parte de la capitalista clase privilegiada; un estado del bienestar al que jamás accederán.

Como colofón retrógrado, un machismo preocupantemente inadvertido impera en la villa de la Calabaza. La única mujer claramente reconocible como tal no es sino un juguete, cuya habilidad no puede ser otra que la de coser. La normalidad con la que es maltratada por su creador casa a la perfección con su perpetua dependencia hacia el género masculino. Ya sea a través de su incapacidad de abandonar a éste o de basar sus esperanzas de felicidad en estar al lado del hombre al que ama, su inherente debilidad femenina la arrastra a un imposible suicidio metafórico. Para no faltar a los estándares cinematográficos más rancios, ejercerá el rol de florero en apuros que de ella se espera, provocando su total adoración final hacia la huesuda llave de sus sueños.

Una vez destapada la caja de los horrores de una película que ha marcado la infancia de toda una generación, inquieta pensar en las posibles influencias que ésta haya podido causar en la sociedad. Pero, al igual que su apología nazi no ha apartado a El triunfo de la voluntad (1935) del Olimpo cinematográfico, este ejercicio brillantemente imaginativo no perderá su vitola de referente del cine de animación.




Si quieres saber más sobre esta interpretación político-social, recomiendo visitar este link, inspiración para mi crítica.

Y, si te has quedado con ganas de más análisis, puedes escuchar la extensa disección que le dedico en este podcast.
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