UNA NUEVA AMIGA (2014) - François Ozon

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TRAVISTISTIENDO SONRISAS



          La sociedad es una trampa de pretextos, estereotipos y convenciones, de la que surgen las zonas de confort en las que los humanos nos sentimos cómodos pero insulsos. Nuestra necesidad de pertenecer a un grupo, o de sentir que lo hacemos, es la que nos condena y provoca que acabemos acatando estas normas sociales. Se premia la imitación mientras la diferencia es perseguida. Exigimos libertad, pero ansiamos unas directrices de conducta que perfilen nuestra personalidad y nos den la seguridad de sentir que estamos haciendo lo adecuado y aprovechando nuestras vidas. Una libertad real queda más allá de las murallas de esta zona de confort. Una barrera que hay que sortear en el día a día en busca de la realización personal. Una barrera que hay que superar para liberar los instintos y desatar la auténtica personalidad. La calma chicha de la normalidad frente a la lucha constante de la búsqueda del yo interior. Pasar por el aro o asumir que lloverán palos.

           Pero no te tomes nada de esto demasiado en serio: es una película de François Ozon. Su cine se asienta en dos pilares: los sentimientos reprimidos y por descubrir, y la ridiculización de la burguesía francesa. Con esta temática alcanza situaciones controvertidas, pero alejadas de la densidad dramática. Su tono se caracteriza por la ligereza en la narración, especialmente presente en sus películas de corte más cómico. Sus historias se caracterizan por esa capacidad para amagar hacia lo evidente, pero siempre consiguiendo huir de éste. El ejemplo más claro está en su segunda película, Sitcom (Comedia de situación) (Sitcom, 1998), que se fundamenta en la constante ruptura de esquemas cinematográficos a partir de situaciones narrativamente cotidianas. Como fondo, el descubrimiento de las pasiones ocultas y una sátira de la familia de clase media, con un desbordante tono autoparódico y desdramatizante. En su vertiente más seria, las ideas no se pierden. En su anterior película, Joven y bonita (Jeune et Jolie, 2014), el elemento más controvertido de la historia consiste en no dar motivos a una decisión tan polémica como la de una adolescente de familia pudiente que decide prostituirse.

        Esta atención hacia la historia es la que puede provocar que se desatiendan otros factores, como la propia puesta en escena. Director muy parecido a Woody Allen en su ritmo de trabajo y tipo de rodaje, también hereda de éste el desdén a la hora de planificar las escenas. Bien es cierto que, en la que probablemente sea su mejor película hasta la fecha, En la casa (Dans la maison, 2012), las mejores ideas provienen del apartado visual. En ella, los dos protagonistas –profesor y alumno- aparecen repetidas veces dentro de representaciones visuales de escenas que el adolescente ha escrito. Realidad y ficción se mezclan en el mismo plano y se juega a poner en duda que la narración inventada por el joven realmente lo sea. Sin embargo, por lo general su narrativa visual suele pecar de automatismo o, en el mejor de los casos, simpleza. La fuerza de sus películas se sitúa en el “¿qué?” más que en el “¿cómo?”, que suele limitarse a la simple exposición de los acontecimientos. Y su última obra, Una nueva amiga (Une nouvelle amie, 2014), sirve como ejemplo de todo lo expuesto.

         La película forma parte de la vertiente cómica del director, y en ella se retoma la identidad sexual reprimida en la figura de un hombre con impulsos de travestismo. Almodovariana en su temática, también lo es en el tono socarrón con el que lo trata, aunque, tratándose de un director con un gusto muy fino, en ningún momento llega a caer en lo burdo. También se diferencia de las historias del director manchego en la población reflejada. Si el primero presta mayor atención a la clase trabajadora o incluso marginal, Ozon no parece dispuesto a abandonar su obsesión por la burguesía, a la que le gusta reflejar como esa fachada de brillante exterior pero corruptos cimientos. La ligereza narrativa quita hierro a una temática controvertida, lo que no le impide profundizar y dibujar personajes apasionantes con relaciones complejas. El director francés mima a sus protagonistas, lo que no significa que los adule. Como ya es habitual, son retratados con una pincelada de patetismo entrañable, especialmente notable en el personaje de David/Virginia (Romain Duris). Es la visión del que conoce a sus personajes y no comete el error de ensuciarlos con idealismos que destruyen todo matiz.

           Tratándose de una historia turbia por definición, Ozon sorprende al llenar la narración de luminosidad y sonrisas. Las vidas de sus protagonistas están lejos de ser satisfactorias, pero no oscurece el relato cuando lo fácil sería trascender por acumulación de dramatismo. Es por ello que, en el momento más sentimental de la película, cuando las lágrimas ya corren por la cara de Virginia y están a punto de hacerlo en el público más empático, la escena se corta de manera abrupta, como dando a entender que el director no está dispuesto a convertir su película en una magdalena lacrimógena. Precisamente al optar por el camino más difícil, y sin duda el inusual en este tipo de historias, el realizador francés propone situaciones estimulantes por lo interesante que resulta salirse del molde. Sin embargo, la premisa parece agotársele en la segunda mitad, y acaba llegando a un punto muerto en el clímax, en el que los motores se apagan y la película cae en picado. Este momento no sólo está fuera de lugar con respecto al resto de lo narrado, sino que resulta especialmente chocante el uso de un recurso tan manido en una historia que destaca por ser todo lo contrario. En la recta final, Ozon maquilla el resultado, pero el sabor agridulce de lo que podría haber sido empaña una premisa que encandila en su primera hora de metraje.
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