REMEMBER (2015) - Atom Egoyan

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Los sótanos de la mente



El proceso habitual de elaboración de la banda sonora se lleva a cabo con la película ya rodada. La persona encargada de componer el acompañamiento musical lo hace previo visionado de las diferentes secuencias que componen la obra. Las imágenes, por tanto, sirven de inspiración para la obtención de la música, por lo que considerarla acompañamiento musical es  más que acertado. En el cine de Paul Thomas Anderson, el orden se invierte. El director estadounidense también escribe sus guiones, que envía al compositor antes de iniciar el rodaje para que el repertorio esté listo en el momento de encender las cámaras. El compositor compone en base al guion para captar la esencia de la historia y crear, más que un acompañamiento musical, un estado de ánimo, que determine la propia filmación. Director, actores y resto de integrantes del set escuchan las composiciones durante los días de rodaje y se sumergen en este estado emocional. Esta vez, la banda sonora toma un rol principal y se establece como precursor de lo que está por gestarse.



Mención especial requiere la colaboración que se ha establecido entre el cineasta y el músico Jonny Greenwood en la que se ha convenido en llamar segunda etapa de la filmografía de Paul Thomas Anderson, a grandes rasgos caracterizada por un ritmo más pausado, un enfoque más introspectivo y una acusada reducción de líneas de diálogo. Este trabajo conjunto comenzó en Pozos de ambición (2007), hasta la fecha el ejemplo más extravagante de los tres que ha compuesto –junto a esta, The Master (2012) y Puro vicio (2015)–. El también guitarrista del grupo indie-experimental Radiohead se aleja de todo convencionalismo en lo que a composición de bandas sonoras se refiere y entrega una lista de canciones comandadas por un tenebrismo desquiciado. El compositor encuentra la manera de convertir el instrumento más habitual en las BSOs, el violín, caracterizado por sonidos de bella armonía, en un arma que apunta a los nervios e incomoda con su presencia.



A falta de saber si ha seguido este proceso o se ha ceñido a los estándares de elaboración de un film, lo cierto es que Atom Egoyan ha obtenido un resultado similar en su última obra, Remember (2015). Creada por Mychael Danna, compositor habitual del director canadiense de origen armenio –caso similar al de su compatriota David Cronenberg y el músico Howard Shore–, el responsable de bandas sonoras tan canónicas como la de la reciente El viaje de Arlo (2015) o la oscarizada La vida de Pi (2012) expone esta vez un repertorio tan desconcertante como acertado. La música toma un rol protagonista en Remember y traza las líneas maestras del estado de ánimo general de la película, que a su vez es el de su protagonista, un anciano con demencia senil que la mitad del tiempo no sabe dónde está ni lo que tiene que hacer, encontrando un parche a su desasosiego en la anotación de recordatorios en el brazo, al estilo del personaje principal de Memento (2000).



Clarinetes extravagantes conviven con taquicárdicos riffs de violín para definir una extrañeza que es la del tono de la película. Rodada principalmente mediante el uso de grandes angulares, el retrato de su crepuscular protagonista –un talentoso Christopher Plummer– encuentra en la exploración del primer plano sus máximos de desconcierto, aprovechando ese ligero efecto deformador que este tipo de objetivo aporta al fotograma –recurso masivamente explotado por David Cronenberg con excelentes resultados–. El resultado final tiende puentes con la última etapa del director canadiense, la que explora los recovecos más oscuros de la mente humana, aunque este thriller psicológico tiene mucho más de thriller que de lo psicológico, lo que disminuye las posibilidades de su sugerente trama al someterlas a los lugares comunes del género y alejarla de las mayores virtudes presentes en la obra de Cronenberg. Sin embargo, hay algo especial en esta producción, tan irregular como apasionante. Imperfecta hasta la saciedad, descompensada por todos los lados, sin embargo Remember destila una esencia única, auténtica, que atrapa en esa conjunción de sentimientos encontrados, y que consigue que su giro final de guion sea a la vez molestamente efectista y absolutamente consecuente con todo lo planteado. Los picos y los pozos de esta propuesta no apasionan, pero ya bastante es que no naufraguen, por increíble que parezca, y es en esa mezcla de sentimientos encontrados en la que la película funciona, como el placer que se obtiene de catar ese adictivo hedor o de presionar esa dolorosa llaga.


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