BOYHOOD - Richard Linklater (2014)

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Constante momento presente


    El imparable paso del tiempo ha sido siempre un motivo recurrente en las diferentes disciplinas artísticas. En palabras del fotógrafo francés Jacques Henri Lartigue, “La vida es algo maravilloso que baila, salta, vuela, ríe y pasa”. Richard Linklater (Waking life, 2001; Escuela de rock, 2003) plasma, en un tono menos entusiasta, la esencia continuamente transformante y transformable de la vida. 


    La adolescencia es un recurso habitual con el que retratar la pérdida de la inocencia o los traumas que marcan una personalidad. En este caso, sin embargo, funciona como simple punto de partida sobre el descubrimiento del funcionamiento de la vida. A este nivel, el director toma la sabia decisión de desmarcarse de los lugares comunes de este tipo de historias: apoyado en una puesta en escena de corte documental, establece un inteligente juego de elipsis que elimina todo conflicto emocional. Mediante esta arriesgada idea, convierte el relato en un desglose de cotidianidad que consigue ser profundo sin invadir la intimidad de los personajes (situación que recuerda al Terrence Malick de El árbol de la vida, 2011). 

   Al igual que en su aclamada trilogía Antes del…, la imposibilidad de prolongar y fijar el presente marca el discurso de la película. En este caso, Linklater va más allá y plantea un rodaje a lo largo de 12 años, naturalizando al máximo el desarrollo físico de los actores. Esto permite una profunda evolución de los personajes, que acumulan experiencias, matices y contradicciones que los humanizan. En este punto, las ya mencionadas elipsis vuelven a cobrar protagonismo al pasar desapercibidas, haciendo posible una fluida narración naturalista en la que la vida, simplemente, tiene lugar. 
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