El western desubicado
La fascinación del ser humano por la naturaleza no
encuentra barreras en el lenguaje cinematográfico. El brillo poético de
Malick se complementa con la belleza oscura de Reygadas, que puede
evolucionar hasta las siniestras profundidades del tándem La isla
mínima-True Detective (2014). En su quinto largometraje, Jauja (2014),
Lisandro Alonso opta por plantear un desolador desierto argentino como
indescifrable laberinto paradójico que fagocita almas a la deriva.
El
estatismo tarkovskiano de estos personajes se potencia con constantes
planos fijos generales, que los anclan al paisaje. Si la composición y
proporciones de encuadre destilan la esencia pictórica del cine mudo, es
la textura fotográfica del kaurismäkiano Timo Salminen la que enfila el western
clásico. Toda una maniobra de contención que contrasta con su
elíptico desarrollo, cosido con un aberrante hilo conductor
espaciotemporal en forma de lynchiano soldadito de plomo, edición de bolsillo del Monolito de Kubrick.
Pero, en su afán de hipnótico simbolismo, esta sugerente
propuesta formal termina demasiado acomodada en el enigma evocador. Por
el camino se desmigaja una esquemática historia fragmentada entre la barbarie colonizadora y el naufragio existencial. Prescindiendo de la
narrativa convencional, también fracasa en su apuesta sensorial de
tintes oníricos, que, si bien se atisba, no logra transpirar a través de
los poros rocosos de su exuberante armazón estético.
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